Strasbourg, ciudad alegre y elegante, o como dicen los franceses, "ville charmante"


Estrasburgo ciudad europea de aires alemanes y corazón francés. Capital de Alsacia, zona que históricamente ha sido moneda de cambio entre Francia y Alemania. Hoy se asoma alegre y despreocupada al majestuoso y bravo rio Rhin que sirve de frontera entre los dos países en estas tierras.

Visitar Estrasburgo es sumergirse en el pasado para despertar en el presente en el mundo de las instituciones europeas (Estrasburgo es sede del Consejo de Europa y el Tribunal de Derechos Humanos entre otras). La petite France nos remonta al siglo XVII y nos sorprende con sus estrechas calles y canales, llenas de casas donde se practicaban oficios tales como el de curtidor, pescador o molinero. Hoy dia, multitud de barcos la pasean repletos de turistas admirados ante su belleza. Cuenta con unas esclusas donde se salva el desnivel del rio Ill que la recorre. La reina de todas ellas es Le Barrage Vauban o Gran Esclusa.









Desde su terraza se puede contemplar una curiosa y agradable vista del trtazado de la villa y sus canales. En sus orillas las tiendas de cerámica y souvenirs que le dan ese encanto medieval, típico de muchas
ciudades francesas. La plaza de la catedral es uno de los rincones con más vida y movimiento turístico. La catedral se yergue majestuosa y rosada por el color de la piedra con la que se construyó. Su fachada, auténtica filigrana de figuras
y encajes le confiere un aspecto elegante y ligero. Alcanza una altura de 142 metros. En su interior esconde una autentica joya: un reloj astronómico, obra maestra del Renacimiento. En la misma plaza descubrí la Maison Kammerzel, de más de quinientos años de antigüedad. En sus bajos se abre un restaurante donde tomar algo, si el bolsillo lo permite.

Bueno, por supuesto todas estas visitas hacen que el estómago se resienta y para remediarlo no hay más que dirigirse hacia el canal por la rue Maroquine. Allí encontraremos unos cuantos buenos restaurantes donde recrearse tomando una cerveza típica alsaciana o uno de sus vinos afrutados, que acompañan perfectamente el “choucroute” y los pescados. A mi me encantaron los bretzel, unos panecillos semi salados en forma de lazo acorazonado que más tarde redescubrí en Heidelberg. Pero esa historia será otro día.


Por la tarde, nada mejor que darse un tranquilo paseo a pie o en bici por el maravilloso parque de L’Orangerie. Hasta allí se puede llegar tomando uno de los modernos tranvías que circulan por la ciudad. Un parque donde el verde llena tus ojos. Cuentan que aquí se reintrodujo a la cigüeña, al parecer con gran éxito, en un tiempo en el que amenazaba con extinguirse. Yo siendo cigüeña me hubiese instalado aquí permanentemente. Su lago y su cascada me parecieron de lo más romántico que he visto.


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