Los orígenes

El secreto para que un plato quede espectacularmente bueno: cocinar con el corazón.
Así lo aprendí desde mi más tierna infancia cuando mi padre me paseaba por los mercados de todas la ciudades españolas. Volvíamos a casa con nuestro pequeño coche Seat 600 cargado hasta el techo de lechugas, naranjas, patatas o cualquier producto que la tierra nos hubiera ofrecido en nuestro periplo veraniego por la península.
Mi madre, diligente y buena cocinera, rápidamente disponía de todos aquellos productos de la huerta o de las cabañas ganaderas y nos preparaba deliciosos platos de los que ávidamente dábamos buena cuenta.
No recuerdo los típicos souvenirs que otros amigos llevaban a sus hogares, las figurillas de conchas del mar, los cuadritos... pero si recuerdo el cabrito de Guisando, las naranjas de Valencia o las lechugas de Arenas de San Pedro. Eran tiempos en los que todavía podías contactar en el camino con las gentes que cultivaban en su huerta y vendían a cuantos forasteros se interesasen por sus productos a precios realmente buenos, yo diría que irrisorios dado el trabajo que conllevaba su producción.

Mis veranos en Galicia suponían una visita casi diaria y obligada a las lonjas del pueblo donde estuvierámos instalados y así pude participar de esas curiosas subastas donde los marcadores digitales no habían hecho todavía su aparición y era a viva voz  como se compraba y vendía el producto recién pescado. 
Todas las tardes bajábamos a los pequeños puertos a ver llegar los barcos pesqueros cargados de pescado. A la entrada de las lonjas, muchas mujeres de los pescadores vendían aquellas pequeñas capturas que no iban al mercado principal. Así me hice una gran aficionada al marisco. Casi del mar a nuestra cocina. Nuestros veranos gastronómicos perduran en mi memoria como un tesoro.

En los inviernos, acercarnos a la costa era más complicado, pero si nos daba tiempo a explorar el interior de la península y disfrutar en la época navideña de la cabaña ganadera de Castilla. En la zona de Avila, Segovia, Valladolid, Salamanca y Burgos disfrutábamos de buenos asados, chacinas y morcillas y regresábamos a casa con productos frescos para seguir disfrutando de ellos durante meses.

Qué decir de los productos vegetales. Las castañas y las nueces hacían acto de presencia en nuestro hogar todos los otoños.En nuestras escapadas a Guisando aprendí a distinguir los diferentes productos que había en una huerta y cómo se cultivaban, cuando se plantaban, cuándo se recogían, cómo se regaban. "Dias que pasan de enero ajos pierde el ajero", recuerdo este refrán que nos enseñó nuestro casero y amigo para indicarnos que los ajos se plantaban en diciembre.
También aprendí a abrir surcos en la huerta para facilitar el riego y a redirigir el agua abriendo y taponando estos surcos según la necesidad de lo plantado.
Y sobre todo aprendí a admirar a las gentes sencillas de los pueblos. A compartir buenas comidas elaboradas con sus manos y sus cultivos y a comprobar cómo la felicidad radica en lo sencillo y en la verdad de una vida esforzada pero llena de sentimientos por la familia y los amigos.
Por eso trato hoy cada dia de cocinar con el ingrediente principal de cualquier plato: mucho mimo y paciencia, y por lo general todos me dicen que eso se nota en mis platos.

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